Fue uno de esos libros a los que llegué por casualidad. La sinopsis me pareció interesante y reconozco que me aportó; por un lado, momentos muy placenteros (hacía tiempo que no reía tanto leyendo una novela) y, por otro, un punto de reflexión de cómo los mismos hechos vividos por distintas personas pueden conformar un drama en toda regla o una historia amable y entrañable de amor y supervivencia.
Una de las premisas de la psicología constructivista es que “construimos la realidad”. Frente al intento de búsqueda de las corrientes psicológicas más objetivistas, que trataban de “normalizar” la mente humana asimilándola a las ciencias físicas, el pensamiento constructivista propugna que nuestro cerebro interpreta, crea la realidad con las armas de las que dispone, sus experiencias previas, sus esquemas, sus capacidades, sus emociones, etc., únicas para cada uno de nosotros. Así el mismo hecho es vivido, recordado e interpretado de forma diferente por distintas personas.
En este sentido, la psicoterapia abre una puerta a “reinterpretar” pasado y presente porque nuestra forma actual de vivenciarlos no es ni única, ni inamovible. Es el cuadro que pintamos con los pinceles y colores que teníamos pero no es el único cuadro que podemos pintar.